En uno de mis viajes fotográficos en las montañas costeras de Perú, conocí a un grupo de mujeres que vendían hierbas. Todas estaban vestidas igual y hablaban una lengua que no me era familiar. Como instructora de idiomas por casi veinte años, sentí mucha curiosidad y pregunté por ellas. La gente me dijo que eran las mujeres más fuertes de la zona. Viajan a pie a través de las montañas para hacer negociar lejos de su hogar vendiendo sus hierbas o su ganado. Dos años más tarde, después de horas de viaje en autobús y luego de caminar por un empinado sendero rocoso hasta una elevación de 2,743 metros, encontré a las mujeres Jaqaru del Perú. Ingresé a San Bartolomé de Tupe, un pueblo de 300 personas, en su mayoría mujeres y niños que hablan Jaqaru, un idioma que tiene aproximadamente 3,000 años de antigüedad. Tupe es un pueblo andino muy pequeño en el departamento de Lima.
Ese día no había turistas en Tupe y nunca encontré a ningún turista durante mis frecuentes visitas a la zona. De vez en cuando, veía a estudiantes de antropología trabajando en tareas por uno o dos días. Fui la primera fotógrafa que vivió allí. Durante dos años viví allí en diferentes épocas. No fue fácil vivir en un lugar donde el agua corriente, el desagüe y las carreteras no existían. Muchas veces me preguntaba cómo los habitantes de Tupe, especialmente las mujeres, sobrevivían el frío y las dificultades de esta tierra durante tantos siglos. No es de extrañar que sean conocidas por su fortaleza. Tupe está tan aislado que muchas veces ni siquiera el sacerdote o las monjas están presentes en sus celebraciones religiosas.
Me tomó mucho tiempo convencer a los Tupinos de que yo estaba allí solo para documentar sus vidas y no explotarlos como creían que otros lo habían hecho. El primer año como forastera, me concentré en entrevistar a los residentes, fotografiar y filmar actividades de la comunidad, el trabajo diario en las chacras, sus festividades religiosas, el marcado de su ganado y otros aspectos de su vida cotidiana. En mi opinión, su vida entera giraba en torno al trabajo y la supervivencia y a las mujeres les quedaba muy poco tiempo para cuidar de sus familias.
La mayoría de las mujeres en esta comunidad quieren que sus hijos se eduquen pero desafortunadamente sus hijos tienen que abandonar su comunidad para que eso suceda. Con el tiempo, los que se fueron pierden sus habilidades lingüísticas e incluso sus tradiciones. Después de ganarme su confianza, de alguna manera, quise ofrecerles algo a cambio de su amabilidad y decidí fotografiar a sus familias. Fue un desafío reunir a las familias, pero al final, se alegraron de ver, por primera vez, un retrato familiar en sus hogares. Algunas de las personas en las imágenes han fallecido, otras se han ido para tener una mejor vida en las ciudades, y en enero de 2017 se completó el camino a Tupe. Se avecinan más cambios ...